domingo, 17 de diciembre de 2006

Corsarios de Levante

Ya está en las librerías la nueva entrega de la serie del Capitán Alatriste de D. Arturo Pérez Reverte, Corsarios de Levante, esta vez el aventurero se adentra en el Mediterráneo, nuestro mar. Embarcado en la galera La Mulata, con su inseparable Iñigo de Balboa, D. Diego de Alatriste y Tenorio nos lleva desde Cartagena hasta el Mar de Nicaria, pasando por Melilla, Orán, Lampedusa, Malta y Nápoles. La novela va ganando en intensidad conforme avanzan las páginas, iniciándose con el asalto de una galeota y acabando en un enfrentamiento con toda una flota turca. Entre medio más escaramuzas navales, una razzia en la ciudad de Orán y una estancia en ese Nápoles que era como nuestra Rota.

Se nota que Pérez Reverte se ha embebido del Siglo XVII, no es una novela de las ahora llamadas “históricas”, en la que un narrador nos cuenta en un lenguaje actual y desde la perspectiva de hoy lo que sucedió hace unos cuantos siglos. D. Arturo nos lleva hasta el Siglo XVII y nos sitúa en la realidad que aquellos hombres tenían, en sus ideales y sus miserias, en sus amores y en sus odios, que nos hace entender e incluso admirar a esos españoles que conquistaron el mundo a base de espada y orgullo. Una gran novela que entretiene, pero sobre todo instruye, cosa harto difícil hoy en día. El mayor logro del autor es la creación del lenguaje, un léxico amplio, que recupera términos perdidos de jergas ya olvidadas y sobre todo esa semántica que no es escribir de una forma arcaica, sino crear un nuevo espacio que parece la única forma de expresarse los protagonistas.

Pero no es mi fin hacer crítica literaria, sino el acercarles esta novela por su formulación de la doctrina de la monarquía española hacia sus territorios en el Norte de África, expresado genialmente por Pérez Reverte: “Era muy cierto, y el tiempo lo siguió probando. Pese al abandono, al maltrato y a la miseria, en los presidios norteafricanos casi nunca faltaron manos para pelear cuando llegó el caso. Y se hizo sin pagas, sin socorro y sin gloria; por desesperación, orgullo, reputación. Por no ser esclavos y acabar de pié. A fin de cuentas, a la hora de morir y para cierta clase de hombres, vender cara la piel siempre significó algún consuelo. Entre los españoles ésa era historia antigua y siguió ocurriendo después, hasta que buena parte de aquellos lugares, olvidados por Dos y por el rey, fueron cayendo en manos de turcos o moros.” (Pág. 61).

Una definición de lo que ha sido y es la política de Austrias y Borbones con nuestras ciudades ( a excepción de la visita que Alfonso XII nos hizo para ver a sus amigos militares, pero con ninguna solución): el olvido. Tanto es así, que, como cuenta el propio Pérez Reverte, los soldados destinados a estas plazas permanecían de por vida, pues al no cobrar las soldadas, no disponían de recursos para salir de ellas. Ante la falta de recursos, debían buscarse los suministros entre los pueblos de alrededor, ya fuera de forma pacífica, ya de forma violenta (la cabalgada de Orán es angustiosa), el abandono de la Administración les obligaba a buscar otras soluciones, quizás esa voluntad de pervivir debería ser una lección en la que poder aprender cuál debiera ser nuestro comportamiento. El propio autor lo señala en una entrevista al suplemento cultural de El País Babelia, en referencia al episodio del soldado en Orán: “se entiende en él lo que era el abandono de España a sus gentes, cómo todo se fue perdiendo por desidia” (Babelia, 2.12.06, pág. 2).

Pero no sólo hay estocadas y abordajes, también se adentra en la expulsión de los moriscos, muchos de ellos enrolados en las naves turcas, una deportación masiva de españoles que, como buenos españoles, no quisieron renegar de su fe. O la existencia de los judíos expulsados por los Reyes Católicos en las ciudades norteafricanas: “a Alatriste no le sorprendió que un judío oficiara de intérprete en la ciudad [Orán] pues, pese a la antigua expulsión, en los enclaves españoles del norte de África solía tolerarse su presencia por razones tocantes al comercio, el dinero y el dominio de la lengua arábiga. Como supo más tarde, entre la veintena de familias que habitaban la judería, los Cansino eran intérpretes de confianza desde mediados del siglo viejo (S. XVI), habiendo mostrado, pese a observar la ley mosaica –Orán, caso único, contaba con una sinagoga-, absoluta competencia y lealtad al rey;” (Pág. 78). O de ese Mogataz, Aixa Ben Gurriat, antecesor de aquellos soldados moros que acabaron siendo los primeros en nuestra ciudad (para saber mucho más de ellos les recomiendo el libro Los Mogataces. Los primeros soldados moros de España en África. Enrique Arqués y Narciso Gibert, Editorial Algazara e Instituto de Estudios Ceutíes).

Si las celebraciones se lo permiten disfruten estas Navidades de este vasto mundo de Alatriste con el que nos recrea D. Arturo Pérez Reverte al que tan sólo hay que exigirle la entrega de la próxima novela de la saga.

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