En los últimos años empieza a ser habitual en nuestra economía los cierres de
empresas industriales y el traslado de sus producciones hacia países de Asia o
del Este europeo empujadas por unos costes de producción muy bajos. Este proceso
se ha denominado “deslocalización” industrial. No afecta a un sector fabril en
concreto sino que cualquier actividad se está viendo afectada por esta agonía:
el textil, la confección, los juguetes, los cigarrillos o la automoción se unen
al primer desmantelamiento que realizó la empresa de maquinillas de afeitar
Gillette en Sevilla trasladando su manufactura al Este.
Es de lógica
empresarial el que las empresas maximicen su beneficio, tal como indican los
manuales de economía y no va a variar ahora que la globalización se hace dueña
de nuestra sociedad y eso que a pesar de que la mayoría de las empresas que se
marchan obtienen suculentos beneficios, muchas de ellas apoyadas por inmensas
cantidades de subvenciones públicas que pagamos los contribuyentes (sobre todo
los alemanes). La razón que justifica este trasvase es el “coste de oportunidad”
de la teoría del capital, si se puede obtener un mayor rendimiento de la
inversión realizada con otra elección debe optarse por ella, así a pesar de que
la multinacional Samsung Electronics España consiguió en el año 2002 unos
beneficios de 2,8 millones de euros decide marcharse de Palau-Solità, dejando en
la calle a 440 trabajadores, es porque los costes de Hungría son de 2,01 dólares
por hora frente a los 8,01 de media española, porque obtendrá las mismas o
mejores subvenciones de las Administraciones y porque encuentra un personal
mejor formado para realizar tareas que son básicamente de montaje.
Los
expertos vienen avisando desde hace bastantes años de esta fase de huída de
empresas multinacionales en búsqueda de mejores rendimientos y al igual que lo
han advertido han dado las posibles soluciones para solventar, al menos en
parte, este desmantelamiento de nuestro sector industrial. Las opciones no
pueden ser ni la de las amenazas con las que ha respondido el recién constituido
ejecutivo catalán, ni la inexistente política industrial de nuestro gobierno
central. La primera respuesta tan sólo consigue la sonrisa del que se va y
ahuyentar a nuevos posibles inversores, demostrando la impotencia para dar una
alternativa; la segunda nos ha llevado al páramo industrial que existe en
España.
A corto plazo lo primero que hay que hacer es buscar las
alternativas a los desempleados con unas políticas activas de empleo que les
permitan recolocarse, pues estos trabajadores serán los verdaderamente
afectados. Las soluciones al desarrollo industrial son a medio y largo plazo, en
primer lugar debe desarrollarse una política de Investigación, Desarrollo e
Innovación (I+D+i) que tenga como puntal al Ministerio de Ciencia y Tecnología,
no podemos estar a la cola europea en porcentaje de nuestro Producto Interior
Bruto (PIB) gastado en I+D+i, en segundo lugar debe procederse a invertir en una
educación de calidad que conduzca a obtener unas personas formadas y aptas para
integrarse en los nuevos sectores productivos. La cuestión es sencilla,
identificar las industrias que aporten un mayor valor añadido, apostar por ellas
de una forma decidida con las ayudas de la Administración que sean necesarias;
invertir en tecnología y educación; y desarrollar una buena estrategia
exportadora. Este es el camino por el que debía haberse optado hace ya diez
años. Aún estamos a tiempo de enderezar el rumbo, ejemplos hay en nuestro tejido
empresarial a seguir y no sólo debemos hacer referencia a las multinacionales de
éxito españolas (Telefónica, Repsol, Zara, Lladró, etc.), sino a un amplio
abanico de pequeñas y medianas empresas que están demostrando que pueden ser
competitivas en una economía sin barreras, como la industria auxiliar
aeronáutica de Sevilla, las productoras de cine de animación gallegas, los
laboratorios farmacéuticos catalanes, la industria agrícola almeriense, las
empresas de creación de videojuegos, etc.
Como siempre es necesaria la
voluntad política para poner de acuerdo a los agentes sociales para definir el
país que queremos, si una economía basada en el monocultivo del turismo y los
servicios o una economía diversificada en la que cada sector productivo tenga
una aportación suficiente que sirva para adaptar nuestra sociedad a los avatares
de las crisis económicas adecuándonos a los nuevos sectores que surjan en la
economía.
De esta lección deberían aprender nuestras autoridades locales, no
puede crearse un sector industrial a base de talonario público, se han de
generar primero las condiciones necesarias para el establecimiento del mismo y,
sin éstas, tan sólo se generan empresas que vienen en busca de la subvención
porque salarios competitivos en nuestra ciudad no existen y la vida de una
empresa no puede estimarse en función de los tres años que exige la
subvención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario