viernes, 12 de octubre de 2001

Travesía en el Estrecho

Son las 12 h 50 m y los altavoces de la estación marítima de Algeciras nos llaman para embarcar en el buque rápido de la compañía Buquebus Patricia Olivia. Iniciamos una nueva travesía que espera ser movida por el fuerte viento de Levante, pero estamos acostumbrados a los vaivenes que Eolo nos obliga a realizar, nuestros cuerpos aguantarán nuevos achuchones en este catamarán de lagos y mares interiores. Nada mas salir del refugio que nos da el puerto las olas nos balancean como una cunita de la noria, nos movemos a babor y estribor pues el doble casco del catamarán le hace más vulnerable a estos empujes del mar. La vuelta a casa parece que será más entretenida de lo acostumbrado aunque en otras ocasiones el oleaje y la furia del mar han sido más furiosos. Somos un juguete entre las olas. Tras una hora de pesado recorrido nos encontramos por fin frente a a la playa de Benítez, vemos la bocana, nuestros males parecen que pronto llegarán a su fin, que arribaremos a buen puerto en breves instantes.

De repente las luces se apagan, los televisores enmudecen, el aire acondicionado se para. El buque parece que se detiene, enfrente la bocana del puerto como una puerta del cielo. El barco inicia una ciaboga que nos coloca de cara al estrecho. Parece como si fuéramos a la deriva, sin control. Alguien comenta que con el Levante no podemos entrar pues debemos esperar a que salga algún buque, y que debemos colocarnos de esa forma para evitar el oleaje del otro barco. Seguimos con los motores parados, la corriente nos desplaza a su antojo. Un nuevo comentario indica que no hay ningún buque en la bocana. “¡Chocamos ! ¡Nos hundimos!” De repente pasajeros y parte de la tripulación se abalanzan hacia la popa con esos gritos.

La gente inicia los gritos, las carreras hacia el fondo del barco buscando una salida, una tabla de salvación. ¿Qué ocurre? Nos preguntamos despavoridos. Rápidamente por estribor encontramos la respuesta, a escasos metros (tres o cuatro) aparece la quilla de un petrolero anclado en la rada, su tripulación nos hace señas sobre la cercanía con la que pasamos, sus caras son de asombro, las nuestras de estupor. Realmente estamos a la deriva, aparece un miembro de la tripulación para solicitar calma entre el pasaje, nadie sabe lo que ocurre. Gritos de histeria, llantos, hay quien agacha la cabeza e inicia un rezo casi silencioso. Se oye una explosión en popa, una humareda surge tras el ruido y nuevamente gritos de pánico, ¡fuego! ¡fuego! Esta vez, es alguien del pasaje quien grita, calma, son los motores al ponerse en marcha. El barco parece moverse con algún sentido. Los pasajeros siguen en pié, en los pasillos mirando asustados por las ventanas, esperando que aparezca algún responsable para decir algo, para dar alguna explicación. Seguimos balanceándonos sobre las olas como un juguete.

Estamos frente a Ceuta, ahora alejándonos cada vez más, parece que el barco ha tomado rumbo a Algeciras. Nuevos murmullos en el pasaje, ¿qué sucede? ¿por qué volvemos? Nadie entiende nada. Aparece un remolcador de Sertosa e iniciamos el acercamiento en la bocana, empieza a terminar nuestra pesadilla. El barco responde a las instrucciones de su capitán y enfilamos hacia el puerto. Todavía tardaremos en atracar pues la maniobra se realiza como en los viejos tiempos a base de amarras, como lo hacía aquel vetusto Virgen de África, de madera pero aún seguro para estos trotes. Eso si por la megafonía nos informan que el buque está haciendo su entrada en el puerto de Ceuta, con al mayor normalidad del mundo.

Si debe se una normalidad para esta compañía el que por poco el único buque que tiene en esta travesía se estampe con un petrolero en la rada de Ceuta con unos 150 pasajeros a bordo. Debe ser normal pues no es la primera vez que este buque se queda parado en el estrecho en este mes.

Pero debe ser que el precio del billete que pagamos no es lo suficientemente elevado para pagar la seguridad de un buque. Ahora nos quedamos con solo un buque para hacer la travesía del estrecho.

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